La calabaza es una de las verduras que más me gusta, o quizá la que más me gusta.
En Japón las calabazas más típicas tienen una forma redonda y chafada, como la de tipo Halloween, y su color es verde por fuera y amarilla por dentro. En cambio, en España la calabaza más común es la que tiene una forma alargada, como un cacahuete grande, y su carne es de color naranja.
Tal vez, la calabaza que se parece un poco más a las calabazas a las que estamos más familializados en Japón sea la de la variedad potimarron. Aunque me gustan también otras variedades de calabaza, como a veces echo de menos las calabazas de Japón, compro potimarron cuando la encuentro.
Unas veces me toca una calabaza muy dulce con una textura fina, pero otras veces la encuentro un poco insípida. Es como un auténtico sorteo porque por fuera no sé distinguirlas. Pero, de todas formas, si adaptamos la manera de cocinarlas según el sabor original de cada pieza, nos las podemos comer con mucho gusto.
Esta vez me ha tocado una que está realmente buena y he saltado de alegría. Cuando tengo una calabaza así, opto por cocinarla de la manera más sencilla posible, como hacerla al vapor o preparar una crema sólo con un poco de cebolla. El condimento que utilizo es simplemente la sal, que resalta la dulzura propia de la calabaza.
La receta de hoy es un intento más de disfrutar esta delicia de la manera más sencilla posible.
Ingredientes (para dos personas):
- 1/3 de calabaza
- 1 pizca de sal
- 1 cucharada de aceite de sésamo (o de oliva)
- Cortar la calabaza en rebanadas de 5 o 6 mm. de grosor y untar sal en la superficie.
- Calentar el aceite en la sartén y poner la calabaza.
- Cocinar a fuego lento hasta que esté totalmente tierna.